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Miguel de Unamuno

SALAMANCA, MIGUEL DE UNAMUNO

 

Alto soto de torres que al ponerse

tras las encinas que el celaje esmaltan

dora a los rayos de su lumbre el padre

Sol de Castilla;

bosque de piedras que arrancó la historia

a las entrañas de la tierra madre,

remanso de quietud, yo te bendigo,

¡mi Salamanca!

 

Miras a un lado, allende el Tormes lento,

de las encinas el follaje pardo

cual el follaje de tu piedra, inmoble,

denso y perenne.

Y de otro lado, por la calva Armuña,

ondea el trigo, cual tu piedra, de oro,

y entre los surcos al morir la tarde

duerme el sosiego.

 

Duerme el sosiego, la esperanza duerme

de otras cosechas y otras dulces tardes,

las horas al correr sobre la tierra

dejan su rastro.

Al pie de tus sillares, Salamanca,

de las cosechas del pensar tranquilo

que año tras año maduró en tus aulas,

duerme el recuerdo.

 

Duerme el recuerdo, la esperanza duerme

y es tranquilo curso de tu vida

como el crecer de las encinas, lento,

lento y seguro.

De entre tus piedras seculares, tumba

de remembranzas del ayer glorioso,

de entre tus piedras recogió mi espíritu

fe, paz y fuerza.

 

En este patio que se cierra al mundo

y con ruinosa crestería borda

limpio celaje, al pie de la fachada

que de plateros

 

ostenta filigranas en la piedra,

en este austero patio, cuando cede

el vocerío estudiantil, susurra

voz de recuerdos.

 

En silencio fray Luis quédase solo

meditando de Job los infortunios,

o paladeando en oración los dulces

nombres de Cristo.

 

Nombres de paz y amor con que en la lucha

buscó conforte, y arrogante luego

a la brega volvióse amor cantando,

paz y reposo.

 

La apacibilidad de tu vivienda

gustó, andariego soñador, Cervantes,

la voluntad le enhechizaste y quiso

volver a verte.

 

Volver a verte en el reposo quieta,

soñar contigo el sueño de la vida,

soñar la vida que perdura siempre

sin morir nunca.

 

Sueño de no morir es el que infundes

a los que beben de tu dulce calma,

sueño de no morir ese que dicen

culto a la muerte.

 

En mi florezcan cual en ti, robustas,

en flor perduradora las entrañas

y en ellas talle con seguro toque

visión del pueblo.

 

Levántense cual torres clamorosas

mis pensamientos en robusta fábrica

y asiéntese en mi patria para siempre

la mi Quimera.

 

Pedernoso cual tú sea mi nombre

de los tiempos la roña resistiendo,

y por encima al tráfago del mundo

resuene limpio.

 

Pregona eternidad tu alma de piedra

y amor de vida en tu regazo arraiga,

amor de vida eterna, y a su sombra

amor de amores.

 

En tus callejas que del sol nos guardan

y son cual surcos de tu campo urbano,

en tus callejas duermen los amores

más fugitivos.

 

Amores que nacieron como nace

en los trigales amapola ardiente

para morir antes de la hoz, dejando

fruto de sueño.

 

El dejo amargo del Digesto hastioso

junto a las rejas se enjugaron muchos,

volviendo luego, corazón alegre,

a nuevo estudio.

 

De doctos labios recibieron ciencia

mas de otros labios palpitantes, frescos,

bebieron del Amor, fuente sin fondo,

sabiduría.

Luego en las tristes aulas del Estudio,

frías y oscuras, en sus duros bancos,

aquietaron sus pechos encendidos

en sed de vida.

 

Como en los troncos vivos de los árboles

de las aulas así en los muertos troncos

grabó el Amor por manos juveniles

su eterna empresa.

 

Sentencias no hallaréis del Triboniano,

del Peripato no veréis doctrina,

ni aforismos de Hipócrates sutiles,

jugo de libros.

 

Allí Teresa, Soledad, Mercedes,

Carmen, Olalla, Concha, Bianca o Pura,

nombres que fueron miel para los labios,

brasa en el pecho.

 

Así bajo los ojos la divisa del amor,

redentora del estudio,

y cuando el maestro calla, aquellos bancos

dicen amores.

 

Oh, Salamanca, entre tus piedras de oro

aprendieron a amar los estudiantes

mientras los campos que te ciñen daban

jugosos frutos.

 

Del corazón en las honduras guardo

tu alma robusta; cuando yo me muera

guarda, dorada Salamanca mía,

tú mi recuerdo.

Y cuando el sol al acostarse encienda

el oro secular que te recama,

con tu lenguaje, de lo eterno heraldo,

di tú que he sido.