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Don Quijote de la Mancha

La Obra – parte 1 

El Quijote es la obra maestra de Cervantes y una de las más admirables creaciones del espíritu humano. Es una caricatura perfecta de la literatura caballeresca y sus dos personajes principales, Don Quijote y Sancho Panza, encarnan los dos tipos del alma española, el idealista y soñador, que olvida las necesidades de la vida material para correr en busca de aventuras imposibles y el positivista y práctico.

Esta joya de la literatura española ha sabido conquistar al mundo entero, y es quizá junto con la Biblia, la obra que ha sido traducida a más idiomas, pasando a ser sus personajes, verdaderos arquetipos de categoría universal, es decir, muestran pautas de comportamiento que se encuentran en cualquier parte del mundo: EL MUNDO ESTÁ REPRESENTADO AHÍ.

El Quijote representa la más alta cima de la creación literaria cervantina. Su autor nos la presenta como “la historia de un hijo seco y avellanado, acaso concebida en la cárcel” pero esta obra es sin duda, la primera novela universal de todos los tiempos, supera los cánones, supera a su autor, supera otras novelas y a otros escritores, supera la teoría literaria, supera el entendimiento humano, supera, la realidad pero también supera la ficción, supera, supera, supera…

En las teorías literarias que preceden a la obra, no hay nada que se pueda comparar con la novela de Cervantes, ésta es absolutamente única. La historia del viejo hidalgo es única en su género. Sin embargo, y lo que hace de la novela algo mágico, es que la historia procede de la vida misma: los planteamientos son fruto básicamente de las cavilaciones de un viejo hidalgo, experimentado, desilusionado ya con la vida, fracasado y con las fuerzas justas para apostar por un mundo de ensueño, que terminará siendo consciente de que los sueños, sueños son.

Cervantes concibe la novela como una historia poética: no hace falta atenerse estrictamente a la verdad de los hechos: “las historias fingidas tanto tienen de buenas y deleitables cuanto se llegan a la verdad o la semejanza della, y las verdades tanto son mejores cuanto son más verdaderas” (Quijote II, Capítulo 57).

El Quijote ofrece una anécdota bastante sencilla, unitaria y bien trabada: un hidalgo manchego, enloquecido por las lecturas caballerescas, se cree caballero andante y sale tres veces de su aldea en busca de aventuras, siempre auténticos disparates, hasta que regresa a su casa, enferma y recobra el juicio.

El conjunto de la trama no está diseñado de un tirón, sino que responde a un largo proceso creativo de unos 20 años: casi con seguridad el propio Cervantes ni siquiera imaginaba en sus inicios cual sería el resultado final. “Ahora digo – dijo don Quijote– que no ha sido sabio el autor de mi historia, sino algún ignorante hablado, que, a tiento y sin algún discurso, se puso a escribirla, salga lo que saliere, como hacía Orbaneja”. (Quijote II, Capítulo II)

Lo que se ve a lo largo de toda la obra como una constante durante todo el proceso creativo del Quijote es el fin PARÓDICO. Según las declaraciones de su autor, la obra fue concebida como invectiva contra los libros de caballerías: “todo él es una invectiva contra los libros de caballerías”, dice Cervantes en el prólogo. Ese fue el objetivo principal: “pues no ha sido mi otro deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que, por las de mi verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna” (Quijote II, capítulo 24)